7 dic 2010

Arquíloco

   (680 - 645 a. C.) fue un poeta lírico griego arcaico originario de la isla de Paros. La mayoría de sus textos llegan fragmentados, y no hay confirmación total de su procedencia como autor ni de sus obras. Donde nació el culto a Deméter, relacionado con la poesía yámbica, era muy importante. Éste poeta cantaba al dios Dionisio y se presenta a si mismo como poeta soldado, su vida se vió envuelta entre la política y guerras, lo que le produjo una muerte con enemigos y en pobre situación económica.
    Tras su muerte disfrutó en Paros de gran popularidad y se erigió en su honor un monumento funerario (o una especie de templo, el Archilocheion) en el que se ha encontrado una larga inscripción perteneciente al siglo IV a. C. en la que, a modo de cuento popular, se explica la iniciación del poeta en los ritos dionisiacos, y la profecía que presenció su padre anunciando la posterior fama de su hijo. Se hizo famoso en la Antigüedad y pasó a la posteridad como personaje polémico a través de Plutarco. Sus obras fueron igualmente polémicas, tanto por sus ataques virulentos contra variados personajes y su habilidad para crearse enemistades, como por contradecir con algunos de sus versos los valores bélicos de la época. Fue prometido con Neobula, y el padre de ésta ofrece a un pretendiente mejor Esto causa en Arquíloco una furia que, como buen poeta, lo plasma en sus textos, los cuales hablan de Neobula como una mujer inmoral, y de su familia desgracias tan tremendas que causan el suicidio del padre, Licambes.
   De sus versos se rescata lo desafiante, creativo, Dionisiaco e impío tan audaz de Arquíloco. 
  Ejemplo:
Soy un servidor del soberano Enialio
conocedor del amable don de las Musas

De mi lanza depende el pan que como, de mi lanza
el vino de Ismaro. Apoyado en mi lanza bebo.

No me gustan los jefes altos de paso ágil
orgullosos de sus bucles y su afeitada a contrapelo.
Prefiero uno bajito, chueco, pero bien plantado
y lleno de coraje.

Siete cayeron muertos, que alcanzamos a la carrera,
éramos mil los asesinos.

Un sayo ostenta hoy el brillante escudo
que abandoné a pesar mío junto a un florecido arbusto.
Pero salvé la vida. ¿Qué me interesa ese escudo?
Peor para él. Uno mejor me consigo.

Todo depende de los dioses: muchas veces
levantan al hombre caído en la negra tierra,
muchas veces lo voltean y hasta al mejor parado
lo tumban boca arriba: y sobrevienen entonces
las desgracias y el errar sin medios y extraviado.

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